Realidad cotidiana

Fotografía: Elliot Erwitt

De caracter más emotivo. Para compartir y discutir abiertamente, con tiempo, sobre el tiempo nuestro que nos los quitan en nimiedades. Para compartir porque no veo muchas otras alternativas al estado en el que trabajamos diariamente.
Si se les ocurre pensar que hay en el fondo un sentido terapeutico de este conjunto de palabras, terapéutico para mí claremente, están también en lo cierto. Saludos.



Realidad cotidiana

Me faltan unos minutos todos los días para salir por ventana de tanta agua estancada, volver a otro estado si es que lo tuve: ser en cualquier caso cucaracha o colibrí, me sobran razones para buscar el hueco de los ratones e irme con ellos, me quedan pocos motivos para no asumir una actitud bien kafkiana y mandarme al carajo. Pero sin embargo, ahí, en las grietitas de todo el mapa, en esa subterránea marea de experiencia diaria y en los tatuajes temporales de la escuela compruebo el sentido fuerte de nuestra labor. En palabritas o en la conversación de dos niños que se explican el resultado de una suma o en los poemas de unos alumnos que volaron por un rato en una escuela de Chacarita. En una sola palabra, y a veces ni eso, en un gesto de sonrisa parecido a la gratitud o en veinte pares de ojos y orejas latiendo en una vidala de Atahualpa, en un silencio de caja.
¡Cómo deseo que fracase la realidad cotidiana! Y cuanto ansío ver que en la escuela no son más importantes los casilleros de no sé que planilla que un cuento de Horacio Quiroga y qué la pequeña burocracia no puede detentar mayor admiración que compartir entre docentes y alumnos estos versos de Gelman “tomé mi amor que/asombraba a los astros/y le dije: señor amor,/usted crece de tarde, noche y día,/de costado, hacia abajo, entre las cejas”. Pero sin embargo, está la política de los cuervos ciegos que firman a oscuras la concesión: 180 días de realidad cotidiana: anteojera, meta y meta, marchando derechitos hasta las profundidades de diciembre. Política de estado y agenda educativa tienen en la hoja número 1 de sus mandamientos: no perder el tiempo, es decir, no parar, no detenerse. No pararse a pensar ni un minuto, lo que implica reproducir cualquier tipo de estupideces o formalidades que nos atan al presente: cómo saber qué hicimos en el aula ayer y qué haremos mañana, si tenemos tanta realidad cotidiana de que preocuparnos. Ni siquiera nos dejaron los dos míseros días anuales para reflexionar institucionalmente. Reflexionar, correr la mirada de un solo punto, rever el pasado y anticipar el futuro. Sin reflexión, cualquier porvenir es inevitable y no hay memoria.
¿Cómo derrotamos a la realidad cotidiana, me pregunto? No hay un método, quiero decir, no hay uno solo. La lucha salarial contra las termitas de la inflación es inevitable, recuperar las calles es inevitable, la huelga es inevitable. Pero compatible. Y complementaria con este debate que necesitamos abrir para llenar las escuelas de sentido o recuperar el sentido de la escuela o fortalecerlo. Todas las escuelas no son iguales, pero la sensación de abatimiento, la falta de compromiso intelectual, la despolitización de nuestra tarea pedagógica es sintomática. Y claro que una cosa está ligada a la otra, pero no lo hace más simple presentarlo en el binomio causa-efecto, en todo caso lo hace más abstracto, más fantástico.
La escuela necesita recomponer o reinventar una textura. Los últimos veinte años de políticas educativas bancomundialeras y de política sindical celeste nos deshilacharon, nos aislaron, casi nos convencieron de que estamos solos en esto y de que es mejor transar primero y ver si después no son tan malos mamá y papá. Pero en una marcha de abril compruebo lo contrario y en los colores de un mural pintado por maestros y estudiantes, en una jornada de militancia en la grietita del mapa compruebo lo contrario.
Sigamos pensando cómo derrotar a la burocracia en todo el plano, para que de una buena vez por toda la realidad cotidiana se vaya por una grieta como el agua estancada por una alcantarilla.

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