Discurso de despedida para 7º grado

Ilustración: Alexiev

Tengo una sensación, una certeza: lo de este año fue actuar. Poner en acto, hacer, activar, actualizar. Un año de poca reflexión, siempre apresurada, pero necesaria; leer menos, escribir todo; decir más, escuchar algo. Y estuvo bien. No siempre contemplaremos la llanura mientras el sol prende los pastizales.

Ahora, dejó la última huella de este camino abierto: despedida para mis alumnos de séptimo grado.

Cada vez que un maestro tiene la suerte de despedir a un séptimo grado puede percibir aquel trabajo de siete años que la escuela hizo con él. En una sola persona están a la vista horas y horas de escritura, lectura, cálculo, razonamiento, discusión, frustraciones y alegrías.
Cuando pienso en esos siete años, se me viene a la mente la imagen de un viaje. La comparación entre la primaria y una aventura a través del océano me resulta inevitable. Pensemos: tripulantes en un barco surcando mares, enfrentando tempestades, disfrutando del sol o de los buenos vientos, atracando en distintos muelles, y en cada uno de ellos aprendiendo cosas nuevas. La larga travesía termina en una costa desconocida y es imposible emprender la vuelta porque se queman las naves.
Este año esa imagen mía del viaje la compartí con mis alumnos. Les advertí que el barco era aula y ellos los navegantes. Les propuse que escriban su propio viaje a través del Océano Escuela, que cuenten su historia y que compartan la incertidumbre sobre esa costa que van a pisar, es decir, la escuela media.
La verdad es que escribieron textos profundos como un mar verdadero. Y cada historia es bien diferente. Por ejemplo, hubo algunos relatos en los que se confesaron secretos e historias de amor de las cuales no diré una sola palabra porque así me lo pidieron los navegantes enamorados. También hubo relatos minuciosos o muy generales. Para Natalia por ejemplo la primaria fue: “el viaje más raro -dice-, pero que aprendió no sólo de aprender sino también de la vida”. Palabras tan ciertas como las de Enzo nos señalan que: “el gran botín -de la primaria- es la amistad”. Y para Yamila “estar con sus amigos era crecer”.
Camila nos cuenta que para llegar a la costa “solo leyó los mapas y estudió los océanos, y fue divirtiéndose y aprendiendo”. Escucharon bien: estudiar océanos, así de compleja e inmensa es la primaria.
Algunos tripulantes, como Rocio, dijeron que “se quedarían en este océano siempre”. Otros como Lucía esperan encontrar en la secundaria “una experiencia llena de amor y amistad entre seres queridos, seres pasados y amigos”. Quizás a Lourdes le tocó decir con mayor nitidez lo que siente al dejar la escuela un alumno de séptimo grado: (cito textual) “este barco se hará viejo con los años, pero para mí siempre estará presente porque lo que viví en este barco no lo viviré en otro”.
Todos han dejado plasmada en una hoja su vida de escuela, el viaje, el miedo a lo nuevo, la aventura. Me encantaría compartir cada texto como ellos lo compartieron conmigo, pero hay tierra a la vista y si las gaviotas nos vienen a recibir, quiere decir que esto se termina.
Así que, chicos, quiero que guarden estas palabras, que las retengan, que no las pierdan ni las dejen tiradas por ahí. Cuídenlas como el tesoro que se encuentra en una isla perdida.

Comentarios

...mis respetos, mis felicitaciones; me descubro la testa ante semejante muestra de lucidez de un señor maestro y sus alumnos.

(Se me ocurren algunos ingrediantes para la alegoría: gaviotas, y subproductos de ellas que ensucian la labor, en vez de allanarla o de orientarnos; adivine usted a quiénes les toca ese papel.)
¿a las gaviotas?

No me llevo bien con las adivinanzas.

Un saludo.
Anónimo dijo…
...y yo además no me llevo bien con el teclado.

Un abrazo.



Mariano