El enemigo, por muy poderoso que sea, nunca es invencible. Ni zares ni nazis ni benitos ni fulgencios son todo poderosos. Ni neo ni arqueoliberales son inmunes a la resistencia de un pueblo. El tiempo ha demostrado que los imperios caen y que se destruye lo viejo para hacer lo nuevo con sus cenizas. Incluso cuando aquello a destruir pesa tanto como un imperio.
La
historia que elijo para compartir la escribió María Elena Walsh. Se titula “El
diablo inglés”. Dicen, fue publicada en 1970. En el relato, Tomás, un payador criollo de
la Buenos Aires colonial, se encuentra con un soldado inglés, a quien confunde
con el diablo. Un mandinga de uniforme rojo, pelo y tez coloradas se le aparece
entre las llamas del fogón en el campo. Tomás se asusta al principio y sale
picando, pero vuelve más tarde para recuperar su guitarra olvidada en la
orilla. Al final del relato cambia la vihuela por un fusil para pelear contra
el ejército colorado, junto a una milicia de armas desafiladas. Era el año
1806, la flota británica invadía esta pequeña aldea de la corona española, tierra
que la Casa de Borbón conocía sólo en cuentos. Como sabemos, la historia en
este caso se inclina para el lado de lxs pobrxs, de lxs más débiles, de los
payadores.
En
cuarto grado, nos embelesa la historia en la media luz del aula. Nos recorre un
silencio de escucha. Nos atrapa María Elena con su justeza narrativa. Ella mueve
unos hilos de encantamiento, hechiza como lo haría la Ña María del cuento,
amiga de Tomás, vieja bruja, de tapera y conjuros pampas.
Cuando
termino de leer, Alex brota desde su sitio. Con ronca voz de niño y calle dice:
-En
el barrio, una vez, se lo quisieron llevar a un pibe. Por fumar, se lo
quisieron llevar. Estaba sentado tranquilo, y la policía lo quiso meter adentro
del camión. El pibe ya había estado adentro. Pero los vecinos salieron, y le
tiraron piedras a los patrulleros. Y la policía se tuvo que ir.
Entonces
no hubo más que decir. Porque entendimos todo. También, o justamente, el
cuento.
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