(Algo así como el discurso que leí en el acto escolar del 24/03 de 2017 en mi escuela)*
Contaban los hijos y las hijas de
Helén que el fuego había nacido más o menos así:
Zeus, el dios más poderoso de
todos, se había cruzado mal con la monada… Un día lo habían hecho pasar por
otario; le habían birlado el asado y a cambio, convidado con los huesos de un
ternero. Como de cabrón no le ganaba nadie, se las juró bien jurada y se llevó
el fuego para su quinta: llamas, fogatas y fósforos fueron retirados del
dominio humano. Después, para variar se vino la fresca. Pero un titán, que era
un dios de los que pelean el ascenso a primera, tuvo la buena idea de
expropiarle el fuego a los olímpicos. Se lo llevó picando en una ramita para
devolvérselo a lxs mortales que la estaban pasando fulero, sin fogones para
entibiarse las patas o calentar el puchero.
A Prometeo, el titán, lo descubrieron
con la evidencia y lo castigaron por el fin de los tiempos, que es mucho -digamos-
para castigo. Después se olvidaron del fuego y del titán, y volvieron a
entretenerse con los pesares humanos porque se ve que sus propias vidas eran un
plomazo. Sin embargo, los hombres y las mujeres de la tierra no se olvidaron nunca
del justiciero Prometeo y cada vez que acercaban las manos al bracero contaban
esta hazaña y coreaban: “Prometeo querido, el pueblo está contigo”.
Nuestra tierra ha gestado una
generación formidable de Prometeos y Prometeas. No se vestían con sábanas como Platón.
Más bien andaban en jean y zapatillas, mocasines, delantal u overol. Estudiaban
matemática y física; leían y escribían poemas hasta por los codos. Hacían con
sus manos el pan de todas las mesas. Se ocupaban de que las calles estuvieran
limpias; de que los niños y las niñas curasen de tos; de que el agua llegara a
nuestras canillas y el libro a nuestra biblioteca. Iban al cine, comían arroz
con pollo y fideos con tuco. Tomaban colectivos, manejaban bicicletas;
hinchaban por un club de sus amores y tenían perros mejores amigos o gatos de
misterioso andar por la azotea. También tuvieron hijos e hijas. También
tuvieron madres, también parieron Madres.
No todxs paraban en la misma
esquina, pero querían darle la vuelta para atrapar el futuro, uno bien lindo
donde no había pobreza ni desigualdad, alcanzaba el plato para todas las bocas
y nadie se la llevaba de arriba.
Ya que el futuro por sí mismo es
lento como un caracol, se empecinaron en construirlo todos los días. Lo
planificaron y lo llevaron a la práctica en el presente, que es tan fugaz como
una mariposa. Así le fueron llevando el fuego expropiado a los que -como ellos
y ellas- eran hijos e hijas de un pueblo que no se resignaba a pasar ni frío ni
hambre. Se metieron con el Olimpo, con el Averno y con sus cancerberos. Por eso
los quisieron atar a una roca a merced del águila imperial, por eso intentaron matarlos
para siempre, que es mucho para una muerte. Los quisieron borrar, ocultarlos
bajo el mar, desaparecerlos del mapa. Pero eran fuegos duros de apagar.
Hoy, las voces oficiales maúllan
en su trabalenguas una “rectificación” maniquea de las desapariciones. Se
pretende borrar el pasado para “limpiar” el prontuario de los civiles y
militares que cometieron un genocidio en la Argentina durante la última
dictadura. Por eso queremos recordar con verdad y con justicia y con lucha; pasar
esa antorcha encendida de mano en mano es nuestra tarea.
Por estos días y en estas
tierras, caminan junto a nosotros y nosotras esos titanes. Nos siguen regalando
el fuego necesario para calentar nuestras batallas actuales porque el futuro
aquel que construían a diario sigue siendo un horizonte. Por eso, cada vez que
nos acercamos a sus llamas, decimos: que son 30.000, decimos que están
presentes, y flamean sus nombres en nuestras pancartas.
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