CONFIANZA

No creo que haya una persona más buena. Lo sé porque la última vez la vi desprenderse sin dudarlo de un juguetito muy nuevo para aliviar las lágrimas caprichosas de su hermano mayor. No creo que haya una niña más perseverante. 
Flor revolea los ojos y me salpica de río cuando habla. En un acorde litoral, dice “¿Me aiudás?” Porque las cuentas no salen. Pero Flor quiere. Va una y otra vez contra el problema. Como una corriente caótica, arremete contra la orilla cuadriculada.

Yo me pregunto por dónde empezamos… qué dejar de lado, qué priorizar ¿Volvemos sobre lo mismo, salimos de más atrás? No avanzamos: a veces después remar un largo trecho juntxs arribamos, con viento a favor y unidades seguidas de cero, a un resultado coherente. Pero los “grandes cambios” y la bendita autonomía no vienen y, otra vez, ante situaciones repetidas escucho su “¿Me aiudás?”. Entonces acerco la silla y me digo que quizá estoy haciendo todo al revés. Estamos a la deriva, pero ella sonríe. (Dispuesta a nuevas cuentitas, pide mi compañía para calcular porque los dedos se nos terminan cada vez más rápido). Y esa sonrisa es a veces mi única certeza.

El jueves le di un problema. Después de que había podido resolver varias cuentas con la ayuda de lxs docentes que compartimos el aula. El jueves le di un problema y me salpicaron sus palabras:

-Este lo hago sola- me dijo. Y ya estaba navegando en su banco, remando por un río, que nunca es el mismo.