Sólo para provocar a la
muerte, caminó esa tarde por las callecitas empedradas de Varsovia, mientras la
nieve tocaba los muros y los alambrados. Un joven escurridizo lo increpó doblando
la esquina. Era Bacewicz, antiguo alumno del orfanato, que tosía al hablar y apretaba una boina entre sus manos.
-Me enseñó a amar, doctor… ¡A amar!
¿De qué mierda me sirve el amor en este tiempo?- le dijo.
El Doctor lo miró suavemente y
contuvo sus lágrimas. No sabía qué responderle, no sabía si se había equivocado
en todo o si sólo se había equivocado como pudo.
Volvió sobre sus pasos por la
calle Sliska. La nieve se posaba sobre las hombreras del sobretodo como
mariposas de azúcar. En la puerta del Hogar pudo divisar la figura erguida de la
señora Stefa que seguramente se le echaría encima con mil regaños por esta
caminata irresponsable. Pero sólo le pidió el abrigo, y le dio un beso en la
frente. Janusz, sorprendido, no quiso romper el encanto.
En el ghetto mandaba el toque de
queda. Dentro del orfanato las camas estaban hechas y las habitaciones vacías.
Por el pasillo reverberaban las voces de lxs niñxs que preparaban una obra de teatro.
(El teatro estaba prohibido en el ghetto). Extras, apuntadorxs, personajes
principales, directorxs, vestuaristas: lxs niñxs organizaban el ensayo con
total autonomía. (Organizarse estaba prohibido en el ghetto). Tanto lxs más
pequeñxs como lxs adolescentes se entregaban a la obra con una pasión
inigualable. (La pasión estaba prohibida en el ghetto). Janusz había adaptado para
la ocasión ese relato suyo en el que el Rey Macius enfrentaba con valentía los
fusiles. Los pequeñxs actores y actrices y lxs espectadorxs en aquella noche de
gala subalterna expiaron temores y fantasmas. El personaje principal había
elegido la muerte. (Elegir, incluso elegir la muerte, estaba prohibido en el ghetto).
Afuera, la muda canción de la nieve
golpeaba las ventanas del Hogar. Adentro, no había toque de queda.
…
Se ha dicho que marcharon
pulcrxs, como de fiesta, orgullosxs y de brazos cruzados a Treblinka, que
cantaban a coro, que enarbolaban una bandera verde. Se ha dicho que Janusz
llevaba dos niños en brazos, aunque las piernas cansadas se le doblaban de dolor.
Hasta la estación llegaron
después de caminar varios
kilómetros. Dos vagones los esperaban. Janusz rechazó los salvoconductos y
subió al tren con doscientos chiquilinxs y con algunxs de sus docentes.
Maestrxs y niñxs tomadxs de la mano, cantaban a coro una canción de primavera que
repicaba en los muros y vibraba en los alambrados. La neblina matinal se cernía
sobre los vagones, sobre los uniformados de las SS y sobre la hora de los
relojes. La neblina era un velo que lo tapaba todo, menos las voces de niñxs y
maestrxs que se hacían bandera.
*La nota completa en la Revista Sacapuntas n° 3, año II, junio 2009.
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