Mirá, no es cualquier
plantita. No. Esta planta con hojas de todos colores da cuadernos. Es esa que
un día el buen Bartolo sembró en un macetón y que desde 1966 florece en las
aulas de nuestras escuelas. ¿Sabías que en 1979 esta plantita y
todos los cuentos del libro La torre de cubos de Laura
Devetach fueron prohibidos por un decreto del Ministerio de Cultura y Educación
de la Dictadura Militar? Y que en dicho decreto se le acusaba de ostentar una
“ilimitada fantasía”. Bueno, me dirás, la misma suerte corrieron Un
elefante ocupa mucho espacio, y tantos otros. Incluso algunos clásicos
modernos como El principito. Es cierto, pero yo le tengo mucho cariño
a esta plantita.
La cuestión es que pasan
los años y en marzo me vuelvo a encontrar con el mismo librito, una edición
rústica de bolsillo, un ejemplar un poco ajado, pero en
condiciones de seguir rodando. ¿Lo leo? Me pregunté esta semana ¿Lo leo otra
vez? ¿No me va a resultar aburrido, voy a entonar la voz del Gran Vendedor de Cuadernos
con la misma gracia? (la que mis pobres cualidades de comediante me permiten,
claro) ¿Notarán los niños y niñas que este cuento me lo sé casi de memoria y
que como ellxs hubo tantos auditorios idénticos, los ojos redondos y la risa a
flor de boca cuando leo la palabra “calzoncillo”? ¿Se habrán gastado las
palabras de tanto pronunciarlas, serán menos coloridas las hojas en sus tallos?
Y Bartolo, ¿no estará ya un poco fatigado de palmotear sus manos siete veces de
contento? ¿Se habrán extinguido o habrán migrado a otros ecosistemas los
conejitos y los pajaritos del cuento? Ma’ qué sé yo. Me mando y lo leo, a ver
qué pasa.
Y lo leí. Otra vez,
viste. Y otra vez lo hice palmotear al bueno de Bartolo con sus manazas de
tierra. Y otra vez los chicos, las chicas, los conejitos y los pajaritos le
ganaron al Vendedor y a los soldaditos azules de la policía. Otra vez brotaron
las risas y los comentarios, incluso hubo aplausos. Sí, sí, reíte, aplausos en
sexto y en séptimo grado.
Me puse a pensar -serio
como una nuez- porque me emboscó la sorpresa y porque venía de capa caída con esto de las
continuidades en la historia, el FMI mandando, la derecha sacando músculo, en fin… Pensé: ¿qué
tiene este cuento? ¿Qué ingredientes además de lo estrictamente lírico y
narrativo tiene esta plantita con sus años? ¿Por qué lo volví a leer habiendo
tantos textos prohibidos en aquella oscura noche de botas y tanques? Y me dije:
este cuento es un sobreviviente, es un aparecido. Fijate, la cosa es que ya en
plena dictadura los maestros lo mimeografiaban y lo leían a escondidas en la
escuela. Laura, la autora, da cuenta de esto en alguna entrevista y en la
dedicatoria de la edición que yo tengo lo deja muy clarito: “A las
maestras y maestros que hicieron rodar estos cuentos cuando no se podía”. Entonces el libro es el
héroe, me digo. Y no me interesa si el cuento usa diminutivos, cosa “muy mala
para la literatura infantil posta, posta”, que piensan algunos lectores
avezados en lecturas y en salones de conferencia (no importa quienes, no
importa mucho). Sí, maestrx: el cuento usa diminutivos, pero esos diminutivos
cayeron en la bolsa de la censura. ¿Habrá corrido algún riesgo alguno de los
filosos textos de eso desafilados expertos? (disculpá la digresión, me acordé
de los críticos literarios de café y se me saltó la térmica como quien dice).
Decía: el libro ha
corrido la suerte de un personaje heroico, en manos audaces y valientes de
tipos y tipas que hicieron que el cuento llegara a los oídos y corazones de los
niños y niñas de entonces. El tal Bartolo se enfrentó contra esos soldaditos
una y otra y otra vez. Son un puñado de palabras, así organizadas, que se
batieron a duelo como resistencia allá en la noche más noche. Y se plantan
ahora como documento y como resistencia también contra el olvido, en ese acto
tan humano, quizá el más humano de los actos, digo, el de pelearle a la muerte
planificada de nuestro pueblo.
Si no lo leíste, leélo.
Si ya lo leíste, leélo de nuevo. Le viene tan bien al buen Bartolo derrotar una
y otra y otra vez a los soldaditos azules, le viene tan bien a los chicos y
chicas recibir de regalo los cuadernos gratis de la plantita. Y si pensás que
con este cuento estás bajando línea o que ya está, ya se dijo... no nos
entendimos y a lo mejor sea mejor un buen baño de ideología para sacarte la ideología
de la transparencia que es ideología lo mismo. Pero no creo, seguro que lo lees
y se te escapa una risa cuando dice “calzoncillos”.
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