DE PANADEROS Y DIABLOS. Cuatro actos de lectura y escritura (con intervalo para no ir al baño)



Acto primero

El lago tenía una entrada, una especie de portal custodiado por dos leones -un león y una leona para ser justos- erguidos sobre pedestales. Dos estatuas de bronce donde nos montábamos para recorrer al trotecito o al galope una sabana imaginaria. Entonces, debíamos llegar hasta el lago. Antes o después de pasar por los juegos, las hamacas y los toboganes: el lago y sus leones. Pero ni siquiera el lago era el mejor de los motivos para visitar el parque. Las fieras de metal, el tobogán, las hamacas eran la parada habitual, la rutina. Pero lo que realmente nos atraía, era un azar, una casualidad que se nos imponía los fines de semana. Algo que nunca sabíamos con certeza si iba a suceder.
La maravilla era -ella sola- una compañía unipersonal de títeres. Un teatro sencillo. Albur sincronizado que, ahora suponemos, se reiteraba en todas las plazas, y ninguno de nosotros o nosotras, los niños y las niñas de antaño, sabíamos cuando acontecería o por qué razón.
Títeres de cachiporra que se asomaban por la vertical y negra tela del teatrino que asumía la altura de un adulto, y una obra de la que por muchos años desconocimos el título y el autor. Porque de niño, las cosas son menos de unx y no nos andamos preguntando quién hizo esto, de quién es aquello. El arte se toma, se arrebata y se goza porque es de nadie y de todos, de todas. Esta obra tenía, podemos decir -más que dueño, más que propietario intelectual- un padre, tutor o encargado: un errante poeta del espacio y el tiempo, que había nacido en Almagro y le había dado la vuelta al globo en su carromato… un Maese Trotamundos. Pero eso lo supimos mucho después.
En el clímax del espectáculo, Panadero le daba una lección a Diablo con su pan flauta porque éste pretendía el pan sólo para él y sus sobrinos. Los sobrinos (ahora lo leemos y, literalmente, no lo podemos creer) habían regresado “de un maravilloso país con rascacielos”, “doctorados” en torturas “deliciosamente espeluznantes” y como si fuera poco, ya tenían trabajo en varios países donde serían bien remunerados en “su” moneda, el dólar. El texto contextualizaba y actualizaba un mito tan viejo como la humanidad misma. Sorprende hoy la inmensa vigencia de la historia, su universalidad, su contingencia, su militancia intacta. Hay otros dos poetas con mucha puntería que vienen a completar la idea y a ilustrarla con otras palabras: "La guerra es eterna entre la luz y las tinieblas", dice como un mantra para despertarnos, Vicente Zito Lema cuando recuerda, y nos recuerda, algún canto de Ezra Pound. La guerra es siempre entre un panadero y un diablo.
También estaba esa complicidad popular, la complicidad con nosotros y nosotras -el público- cuando Diablo se aparecía y desaparecía por los foros de raso oscuro. “Y digo a la una…, y digo a las dos… y digo a las…”, luego la pausa para que ese gremio fortuito de plaza y rodilla raspada, nuestra expectante turba del chicle globo, respondiera por unanimidad: “¡TRES!”.
Ahora se nos hace nube o niebla el rostro del titiritero anónimo y a la gorra. Sólo sus voces y sus títeres de guante, encaramados en ese retablo, que le permitía trabajar de pie, son transparentes como una pecera. Sus títeres diminutos, de tela el cuerpo, de papel la cabeza, fugitivos de lunes a viernes, acontecidos en nuestros días de descanso en todas las plazas de aquella infancia tienen caras que se resisten al olvido.

Acto segundo

En la escuela leemos teatro. Entre las obras escritas destacan las del viejo Javier “Maese Trotamundos” Villafañe. No construiremos títeres por decisión propia. No es momento. Digo, no ahora, en noviembre, más proclives a deslizarnos en ojotas y contar los días del calendario, que a encarar planes pretenciosos. Construir un títere, darle vida, aprender a manipularlo es un arte que se nos escapa y que en tan poco tiempo no queremos improvisar. Pero el texto, el guión, es el territorio perfecto para zambullirnos antes de que llegue el primer calor sofocante, ese que nos impide seguir con la cabeza lista para nuevas aventuras porque nos reclama agua de mar, de río, de lago o de manguera.
No es la primera vez que leemos teatro, pero sí es la primera vez que encaramos la tarea con mayor meticulosidad, de forma planificada, con un objetivo de lectura y escritura definidos. Es decir, esta vez el teatro es asunto y no un mero complemento de otros temas. A tientas, arrancamos: como todo lo nuevo o todo lo que conocemos a medias, sin otra brújula que la experiencia del aula, el conocimiento del grupo y algunas orientaciones acerca de la lectura de teatro en la escuela muy bien intencionadas y articuladas (aquí (http://paraleercontodo.infd.edu.ar/wp-content/uploads/2017/01/2-ciclo-1er-enc-Secuencia-6-Leer-para-otros-Teatro.pdf). Con la convicción de que la literatura y, en especial, el teatro nos transforma profunda y vertiginosamente, comenzamos entusiasmades y expectantes como si fuéramos al parque un domingo incierto y fantástico. La primera prueba de esto es que no hay niño o niña que no quiera leer, que no quiera leer en voz alta, y sobre todo que no quiera releer. Es decir, todos y todas leen muchas veces lo mismo con un entusiasmo renovado. El género fue concebido para que lo compartamos como un pan. Ellos y ellas lo saben.
Leemos entre tres y cuatro obras. Son breves, son manejables por su extensión y por su contenido. Aletea en sus manos un manojito de fotocopias que comienza a ser resaltado en colores fluorescentes para no perder los diálogos del personaje escogido. Nos disponemos a buscar primero la especificidad genérica: qué lo hace al texto ser lo que es. Más acostumbrados a la narrativa, debemos detenernos en los propios vericuetos de los paréntesis o en las nociones básicas de acto y escena. Reconocemos parlamentos y acotaciones, y la función de estas últimas. Luego, de a poquito, nos animamos a actuar leyendo o a leer actuando. Nadie quiere quedarse afuera, texto en mano, todos y todas tienen un papel que cumplir.
Más tarde encaramos la tarea de la escritura, sobre la cual ya habíamos ido haciendo algunas aproximaciones. Reponemos breves diálogos en algunos de los textos conocidos que, adrede, dejamos incompletos para el ejercicio. Anotamos y registramos en nuestras carpetas lo que fuimos aprendiendo. En ese momento es cuando comenzamos a extraer categorías propias del género y a construir un cuadro donde colocamos qué se necesita saber para escribir una obra teatral. Por un lado, los conceptos; del otro, los ejemplos tomados de las obras, que ya sabemos, incluso de memoria.
Con toda esa batería, que nos ha llevado semanas de trabajo, más la decisión de montar las obras para cerrar el año con las familias en una muestra íntima, de entrecasa -o de entreaula- y de ensayarlas semanalmente, decidimos que estamos en condiciones de escribir. Y así salen los primeros borradores de nuestras versiones propias de “El panadero y el diablo”.
Teatro leído, teatro vivido.

Acto tercero

“Compartir” y “compañero” tienen el mismo origen. “Companis” del latín “los compañeros”: aquellos que compartían el pan. El panadero de nuestra obra lo sabe muy bien cuando canta: “(…) voy a la panadería/ porque tengo que amasar/ un pan a cada vecino/ ni uno menos ni uno más”. (Esa canción, a la que le agregamos una melodía de tarantelesca, se nos ha pegado a todos y a todas en el grado, y la recitamos cada cual con su obligatoria tonada alegre). Asimismo el personaje del diablo sabe muy bien lo que significa el pan y por qué elige entre tantos a un panadero. El diablo viene a romper ese lazo del “compañero” con los suyos, los “vecinos”, en el caso de esta historia. Con sus colas de colores quiere someterlo, pero no puede. Está atado a su mandato, como a sus colas. Es un “pobre diablo”, pero no es cualquier diablo. No es (más allá de la ineludible referencia) un diablo de la religión. Es un diablo histórico, es un diablo con pertenencia de clase. Un diablo con genealogía. Sus sobrinos educados en universidades yanquis, formados en torturas, contratados en varios países, remunerados en dólares, “su” moneda, no son diablos de cuentos de hadas, ni de biblias en griego. Son diablos seculares, son diablos en la lucha de clases, tomando partido por todo lo que está mal, son diablos en el bando del opresor.

Intervalo

Según la Encuesta de Actividades de Niñas, Niños y Adolescentes (EANNA) de 2017, hay en toda la Argentina unos 715.484 niños y niñas entre 5 y 15 años que trabajan. Es decir, un montón de niños y niñas que están condenados a ser sólo fuerza de trabajo. Despojados y despojadas de un aprendizaje que les quite el peso del mundo, que aún no deberían siquiera pensar en cargar. ¿Qué panadero vendrá a darles de flautazos en la cabeza a los diablos de hoy? ¿Cuándo verán un retablo en el parque o montarán leones hasta el fin de sus sueños o buscarán en los lagos un pez maravilloso y furtivo? ¿Cuántos sueños se habrá comido el sistema este, que lejos de erradicar el trabajo infantil, parece estar más cerca de hacerlo natural, de normalizarlo?
Los niños y niñas que no tuvimos otra ocupación más que la de dejarnos llevar por la heroicidad de aquel simple muñeco de tela y papel, el más simple e imprescindible de todos: aquel Panadero, símbolo de la dignidad, no de la pureza, símbolo de la tierra, no del paraíso… pienso que tenemos la obligación de romper los cielos y detonar los avernos si hay una infancia que se vende a la trituradora del trabajo asalariado.
Porque es un derecho, y está escrito además, ratificado por toda la burocracia de la urbe, sentarnos en el pasto y sentirnos amigos y amigas del héroe, sin capa y sin poderes, del héroe con su pan y su audacia, que era capaz de vencer al mal y que nos hacía bien porque nos devolvía al mundo mejor armados. Más niños, más niñas.

Acto cuarto

Mis estudiantes de quinto grado se meten en la trama, y traman. Son panaderos, son diablos, son anunciadores exagerados y tiernos. Son niños y niñas en el terreno más suyo, el juego más original de la tierra: el juego de ser otros y otras. Esa posibilidad que sólo nos permite el juego, el teatro como tal, el arte. Esx otrx que son, es otrx elegidx, es otrx sin más destino que el de ser ellos mismos, ellas mismas. Y por supuesto, escriben así:

MORENA
Panadero: (Cantando) -Vendo pan.
Diablo: -Hola, Señor Panadero, ¿me das todo el pan?
Panadero: -No le puedo dar todo el pan.
Diablo: -Hoy vinieron mis amigos de otro país.
Panadero: -Pero el pan es para compartir.
Diablo: -No, el pan será todo, todo para mí solo.
Panadero: (Enojado) -No.
Diablo: (Enojado) -Sí, todo.
Panadero: -Es para compartir
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YOSELIN
Diablo: -Ahora me darás las empanadas.
Panadero: -Está bien. Tomá las empanadas.
Diablo: (Sale corriendo) -¡Sí, tengo las empanadas!
Panadero: -Ja, ja, ja, lo engañé. Ahí no había empanadas.
Diablo: (Abre la canasta) -Que aquí no hay empanadas, aquí solamente hay verduras. (Grita) ¡Nooooo!
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SOFÍA

Anunciador: (Saludando) -Público, respetable público, damas, caballeros y niños por aquí vendrán el Panadero y el Diablo (Desaparece y se abre el telón)
Diablo: (Grita fuerte) -¡Dame todo el pan ahora mismo!
Panadero: -¿Para qué quiere tanto pan?
Diablo: -Porque hoy juegan Boca y River ¿Me da el pan?
Panadero: -Entonces, ¿para eso era?
Diablo: (Grita) -Sí, pero basta. Dame todo el pan.
Panadero: -No.
Diablo: -Sí.
Panadero: -El pan es para los vecinos. Compre papas fritas, gaseosas.
Diablo: -Sería una buena idea.
Panadero: -El partido empieza 4:30 PM. Entonces vaya a comprar.
Diablo: -Chau, idiota.
Panadero: -No me insulte.
Diablo: -Callate.
Panadero: -No quiero.
Diablo: -Se me hace tarde. Chau.
Panadero: -Chau… por fin.
(Se cierra el telón)

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CATALINA

(En un parque, de día)
Diablo: (Aparece sorpresivamente por la derecha) -¿A dónde vas, cabeza de pan?
Panadero: (Asombrado) -A trabajar.
Diablo: -¿A hacer pan, no?
Panadero: -Sí, señor, cara de maple.
Diablo: -¿Y para quién es el pan?
Panadero: -Para los vecinos.
Diablo: -No, todo el pan será para mí. Y si no me obedeces, me como tus brazos.
Panadero: (Asustado) -¡Oh, no! ¿P-pero para qué quiere tanto pan?
Diablo: -La verdad es que estoy en una crisis de pan grave. Todo el pan infernal se quemó y no podemos hacer nada con la lava.
Panadero: -Te podría dar el pan crudo, así lo cocinas con la lava.
Diablo: -Buena idea. Sos piola. Te aprecio.

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YESSICA
Presentador: -Niños y niñas, damas y caballeros verán que el Panadero y el diablo se pelearán por el pastel en la panadería. (Desaparece en el viento. Se abre el telón)
Diablo: (Grita) -Dame el pastel, odioso panadero.
Panadero: (Enojado) -Jamás te lo daré, oíste.
Diablo: (Enfurecido) -Entonces te quemarás y serás sólo cenizas.
Panadero: (Grita) -¡Noooooooo!
Diablo: -Si aun no te he hecho nada.
Panadero: (Grita) -¡Alguien, ayúdeme!
Diablo: -Yo te ayudaré si me das el pastel.
Panadero: -No.
Diablo: -Entonces te meteré al horno.
Panadero: (Agarra el pastel) -Si quieres el pastel, nadie lo tendrá. (Lo bota al suelo)
Diablo: (Llora como bebé) -Noooo, porque lo quería para mis primos.
Panadero: -Lo siento.
Diablo: -No importa.
Panadero: -Te hago otro pastel.
Diablo: -¡Sí!
Telón

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JAQUELINE

(Todo transcurre en una panadería. Se abre el telón)
Diablo: -Hola, panadero, ¿me das un kilo de pan?
Panadero: -No tengo, sólo me queda un pan ¿Lo quiere?
Diablo: -¡No! (Grita) ¡Yo quiero un kilo de pan?
Panadero: -Pero señor…
Diablo: -¡¿Pero qué señor?! ¡No! ¡Excelentísimo Diablo!
Panadero: -No me grite porque lo hecho de este lugar ¿Me escuchó?
Diablo: -¡Sí, lo escuché! ¿Pero sabe qué?
Panadero: -¿Qué?
Diablo: -Me voy. Adiós. (Se va)
Panadero: -Adiós. Cierro el local. (Enojado)
Telón
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BARBARA

(El panadero y el diablo se transforman en super sayayin. Se pegan, se esquivan, vuelan. El más poderoso fue el panadero, así que ganó él)
Panadero: -¡Ja, gané! ¿Te digo algo?
Diablo: -¿Qué?
Panadero: -Que los malos nunca ganan.
Telón




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